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23 DICIEMBRE 2009

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He hecho conocimientos de todos géneros, aunque sin

formar sociedad con nadie. Algún atractivo, que no me

doy cuenta, debo de tener para muchas personas que

espontáneamente se me acercan con deseos de intimar;

por mi parte, siento el separarme de ellas cuando sólo un

breve rato seguimos el mismo camino. Si me preguntas

cómo es la gente de este país, te diré: «Como la de todos.»

La raza humana es igual en todas partes. La inmensa

mayoría emplea casi todo su tiempo en trabajar para vivir,

y le abruma de tal modo la poca libertad de que goza, que

pone de su parte cuanto puede para perderla. ¡Oh destino

de los mortales!

Por lo demás, la gente es buena. Si algunas veces me

entrego con ella a placeres que aún quedan a los hombres,

como son el charlar alegre, franca y cordialmente en torno

a una mesa bien servida, organizar una expedición al

campo, un baile u otra diversión cualquiera, me encuentro

en mi elemento, con tal que no se me ocurra entonces la

idea de que hay en mí otra porción de facultades que

debo ocultar cuidadosamente, por más que se enmohezcan

no ejercitándolas. ¡Ah!, esto desgarra el corazón, pero el

hombre nace para morir sin que le hayan conocido.

 

 

17 DICIEMBRE 09

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¡Ah, si sólo hubiese sido un perezoso! ¡Cómo me habría respetado a mí mismo! Me habría respetado

porque me habría visto capaz, por lo menos, de tener pereza, porque habría poseído una cualidad definida y

la seguridad de poseerla. Pregunta: ¿quién eres? Respuesta: ¡un perezoso! Habría sido verdaderamente

agradable oírse llamar así. Quedas definido claramente: hay, pues, algo que decir de tu persona... «¡Oh

perezoso!» ¡Es un título, una función, una carrera, señores! No se rían; es así. Entonces yo habría sido por

derecho propio miembro del primer club del universo y habría pasado la vida respetándome. Conocí a un

señor que se sentía orgulloso de llamarse Laffitte. Consideraba esta particularidad como una gran virtud, y

no dudó nunca de sí mismo. Murió con la conciencia no sólo tranquila, sino triunfante, y tenía motivos para

ello. Si yo hubiese sido un perezoso, me habría elegido una carrera: habría sido perezoso y gastrónomo; no

un glotón vulgar, sino un regalón que se interesaría por «todo lo bello y sublime». ¿Qué les parece a

ustedes? Hace ya mucho tiempo que pienso en esto. «Lo bello y lo sublime» gravitan pesadamente sobre

mi nuca desde que tengo cuarenta años! Pero ¿qué habría ocurrido antes? ¡Antes habría sido todo distinto!

Habría encontrado en seguida una actividad adaptada a mi carácter; por ejemplo, beber a la salud de todas

las cosas «bellas y sublimes». Habría aprovechado todas las ocasiones de beber por «lo bello y lo sublime»

después de haber dejado caer alguna lágrima en mi copa. Habría convertido todas las cosas en «bellas y

sublimes »; habría descubierto «lo bello y lo sublime» incluso en las basuras más evidentes; habría vertido

lágrimas a raudales como el líquido que sale de una esponja. Un pintor, por ejemplo, pinta un cuadro digno

de Ghé, e inmediatamente bebo a la salud del artista, porque adoro todo lo que es «bello y sublime». Un

poeta escribe ¡Cómo gusta a todos!, y bebo al punto a la salud de todos, porque adoro «lo bello y lo

sublime». Esto me procurará el respeto general. Exigiré ese respeto; perseguiré con mi cólera al que me lo

niegue. Así, habría vivido apaciblemente y muerto solemnemente. ¿No es admirable? ¿No es exquisito? y

habría dejado que se me desarrollara un vientre tan opulento, una nariz tan grasienta y un mentón tan

redondeado, que el mundo habría exclamado al verme: «¡He ahí un hombre verdadero, un ser positivo!».

Digan ustedes lo que digan, es muy agradable oírse llamar cosas semejantes en nuestro siglo tan

esencialmente negativo.

8 DE DICIEMBRE

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El-camino-de-la-vida.jpg

 

 

Muchas veces se ha dicho que la vida es un sueño, y no

puedo desechar de mí esta idea. Cuando considero los

estrechos límites en que están encerradas las facultades

intelectuales del hombre; cuando veo que la meta de

nuestros esfuerzos estriba en satisfacer nuestras

necesidades, que éstas sólo tienden a prolongar una

existencia efímera; que toda nuestra tranquilidad sobre

ciertos puntos de nuestras investigaciones no es otra cosa

que una resignación meditabunda, y que nos entretenemos

en bosquejar deslumbradoras perspectivas y figuras

abigarradas en los muros que nos aprisionan; todo esto,

Guillermo, me hace enmudecer. Me reconcentro en mí

mismo y hallo un mundo dentro de mí; pero un mundo

más poblado de presentimientos y de deseos sin formular,

que de realidades y de fuerzas vivas.

 

 

 

 

 

 

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